La República Popular de China – y su desarrollo – suscita debates y controversias entre los militantes y partidos comunistas del mundo, siendo cada vez más los comunistas y los Partidos que abiertamente catalogan a China como una potencia imperialista.
Desde el año 2000 hasta hoy día, China ha redoblado su importancia y presencia político-económica en América Latina convirtiendo el lugar en un nuevo punto de encuentro para el enfrentamiento interimperialista con EEUU, cosa que ha confundido y confunde a más de un comunista.
El viejo imperialismo protagonizado por los EEUU y la Unión Europea se encuentra en una profunda bancarrota política, social y económica, demostrando sobradamente, como decía Lenin, que el imperialismo es capitalismo agonizante o en decadencia; y con su nueva crisis económica, agravada por la pandemia de la COVID-19, es indudable que el protagonismo geopolítico de Occidente se está desinflando poco a poco en favor del nuevo imperialismo encabezado por China. Por supuesto, es natural que desde los EEUU se observe esa pérdida de control y hegemonía como una amenaza cada vez más directa y emplee no pocos medios propagandísticos para atacar la soberanía (véase la independencia de Hong Kong) o la credibilidad de China (véase la reciente campaña sobre el origen de la pandemia o el caso de Xinjiang y los uigures). Pero estas prácticas no deben confundir al militante comunista y creer que el enemigo de mi enemigo es mi aliado. Todo lo contrario, camaradas. Hay que desarrollar, de igual manera, una lucha implacable contra este nuevo imperialismo. Más implacable si cabe en el caso de China, que al igual que la Unión Soviética tras el XX Congreso del PCUS trata de esconder sus criminales prácticas tras la bandera roja del proletariado y el comunismo. Deng Xiaoping, al que algunos comparan su figura a la de Kruschev en la antigua URSS por su rol oportunista, fue el propulsor de la modernización de la economía socialista mediante la reforma y la apertura de la economía china que, en la práctica, no ha sido más que un proceso de transición hacia una economía eminentemente imperialista, aunque algunos, como Jiang Zemin, eufemísticamente le llamase transición hacia un socialismo de mercado.
Como bien sabemos los marxistas-leninistas, la fase imperialista (o monopolista) del capitalismo implica que las contradicciones de este han llegado a su límite. Para este escrito es preciso resaltar la existente entre las distintas potencias imperialistas – EEUU y la UE, por un lado, y China-Rusia por el otro – en su lucha encarnizada por las fuentes de materias primas. Como dijo el camarada Stalin: «El imperialismo es la exportación de capitales a las fuentes de materias primas, la lucha furiosa por la posesión monopolista de estas fuentes, la lucha por un nuevo reparto del mundo ya repartido». (Iósif Stalin; Los fundamentos del Leninismo, 1924)
Un espacio importante es América Latina, el conocido patio trasero de los EEUU. La influencia del revisionismo en forma de Socialismo del siglo XXI en muchos de sus territorios – Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, etc. – ha provocado un acercamiento entre esta nueva forma de revisionismo y el imperialismo oriental; alianza que se ha visto materializada en la creación de frentes antiimperialistas (que sólo son antiimperialistas hacia lo estadounidense) y el aumento de las relaciones diplomáticas y económicas. Un falso antiimperialismo que también practican ciertas organizaciones del Movimiento Comunista Internacional, aunque ese es un asunto que se abrirá en el futuro.
Por supuesto, en los países latinoamericanos se está llevando a cabo una verdadera pugna interna entre los intereses de la burguesía más conservadora que, por su parte, apuesta descaradamente por mantener las alianzas con EEUU y que empleará para ello todos los recursos necesarios – como fueron ejemplo el golpe de Estado militar y policial a Evo Morales que contó con el apoyo del imperialismo estadounidense y de sus lacayos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) o los fallidos golpes de Estado en Venezuela por parte de Leopoldo López y el juguete roto del imperialismo Juan Guaidó –. Por otro lado, tenemos a la burguesía que aspira a llevar a cabo un viraje geopolítico en su país y que espera que las nuevas relaciones económicas le auguren un sólido futuro, pues el presente estará caracterizado por el proteccionismo económico, los bloqueos e incluso las intentonas golpistas desde EEUU. «Los compromisos públicos de Beijing con el libre comercio, la globalización y la cooperación estratégica en un pie de igualdad brindan alivio en tiempos de creciente proteccionismo y arrogancia indisimulada de Washington». (Nueva Sociedad; Escaramuzas geoestratégicas en el «patio trasero», 2018)
América Latina, a sabiendas o no, está presa en la trampa de las materias primas, ya que las nuevas relaciones económicas que se vienen configurando desde hace años desde China llevan a la región a la completa dependencia. Por su parte, China muestra una faceta aparentemente amable; compra materias primas y productos agrícolas, aportando a cambio unos productos industriales que se venden a bajo coste. Esto implica la obstaculización completa de la industrialización latinoamericana, que se orienta completamente al sector primario de la economía, a lo que se suma el peligro de que su economía sufra terriblemente si la demanda china de productos disminuye. «Además, los conflictos sociales y ecológicos se agravan: se critica que, en los proyectos de infraestructura chinos, los materiales y los trabajadores a menudo provienen de China y, en consecuencia, generan poco impulso positivo para la economía del país receptor». (Ibíd.)
No escapa a nuestra percepción que la intencionalidad de China es ampliar sus relaciones y acuerdos económicos a medio y largo plazo mostrando una imagen diplomática y evitando su faceta agresiva. Sin embargo, al ir consolidando su liderazgo en la geopolítica internacional y siendo el control estadounidense cada vez menos sólido, es previsible que toda esa moderación se irá disipando gradualmente.
Por su parte, Vladímir Putin (pues es preciso hablar de Rusia al ser el más directo aliado de China) ha ganado influencia en la región desde el comienzo del milenio. Sin duda, el acercamiento geográfico que implica ganar influencia en América Latina, especialmente en la zona del Caribe, supone una revancha contra las injerencias de la OTAN en Europa del Este (como son ejemplo los casos de Bielorrusia y Ucrania). La cooperación rusa se centra en los sectores de energía y defensa, aunque en menor medida también hay cooperación en materia nuclear y militar, siendo el socio más importante Cuba, aunque igualmente cabría citar aquí a Venezuela y Nicaragua. La relación Cuba-Rusia se vio especialmente fortalecida con la agresiva política desarrollada por Donald Trump y Mike Pompeo, destacando el valor de los suministros de petróleo rusos. La relación con Venezuela parece también estable, en tanto que Rusia ha advertido en varias ocasiones su apoyo exterior en caso de que EEUU se canse de crear inútiles golpistas venezolanos y pase a la intervención militar directa. Esto se relaciona indudablemente con el principio de no injerencia directa que llevan a cabo tanto Rusia como China, algo que desde América Latina es visto con buenos ojos a causa de la larga historia criminal de EEUU en la región.
Actualmente, China es el socio comercial más importante para países como Brasil, Argentina y Perú, y con una enorme importancia en Venezuela, Cuba y Uruguay. «Desde 2005, el Banco de Desarrollo y el Banco de Exportaciones e Importaciones de China han proporcionado más de 137 mil millones de dólares en compromisos de préstamos a países de América Latina y el Caribe (LAC) y empresas estatales». (Kevin P. & Margaret Myers; China-Latin America Finance Database, 2020)
La política exterior de cualquier Estado que se pretenda socialista debe tener como estandarte el internacionalismo proletario; la defensa del comunismo allende sus fronteras y su ayuda para el surgimiento de otras revoluciones proletarias en el mundo. Contrario a esto, la política exterior china gira en torno al imperialismo. Un imperialismo que comenzó en la década de los noventa en el sudeste asiático y que hoy día tiene su mirada puesta en África (donde destacan las relaciones con Nigeria, Sudán y el Congo, de donde el gigante asiático obtiene petróleo, minerales clave en el desarrollo industrial como aluminio, cobre, columbita-tantalita. etc. y madera para la construcción) y, como ya hemos explicado en este documento, América Latina. China ejerce, en la práctica, un control político cada vez más fuerte en estos territorios, siendo esta situación «la razón de que la práctica totalidad de la comunidad investigadora esté de acuerdo en que la política exterior china no es comunista y en que sí responde plenamente a una política exterior de base capitalista». (Víctor Fernández Bermejo; ¿Es China hoy una nación comunista?, 2010-2011)
A tenor de lo anterior, es preciso mencionar el carácter criminal de China al colaborar con regímenes como el de Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, para acabar con las guerrillas maoístas, así como tampoco duda en prestar apoyo para la misma causa reaccionaria y anticomunista a Nepal.
A las naciones latinoamericanas se las está tratando de imponer una falsa dicotomía: elegir entre el imperialismo conocido o el imperialismo por conocer. Muchos creen que nos encontramos ante una Guerra Fría 2.0, pero la realidad demuestra que eso es totalmente infundado. En su día se dio una Guerra Fría porque la Unión Soviética representaba al modelo socialista, antagónico al capitalismo, que buscaba expandir su influencia a la par que exportaba su modelo de producción. China, en cambio, no tiene ese interés, pese a que muchos hablen de capitalismo de Estado o socialismo con características chinas. No hay un choque entre las dos potencias en tanto que el desarrollo económico de China no atenta contra los principios fundamentales del capitalismo internacional: la propiedad privada de los medios de producción; la división de la sociedad en burgueses y proletarios; y la cada vez mayor automatización y robotización del proceso productivo, aumentando el capital constante y disminuyendo el capital variable. Lo que se observa aquí es la pugna entre dos potencias imperialistas por el control de las materias primas, de las relaciones diplomáticas y el control geopolítico de los territorios.
China en la actualidad es un prototipo acabado de capitalismo monopolista de Estado. La oligarquía financiera de Europa, Japón y EEUU, en plena colaboración con los dirigentes políticos chinos, antimarxistas de hecho y de palabra, han convertido a China en una potencia imperialista. China hoy exporta capitales para sojuzgar y expoliar a los pueblos, ya sea vía deslocalización de actividad productiva en otros puntos del mundo, ya sea mediante la compra de deuda de otros países capitalistas convirtiéndose en un Estado usurero y parásito. Asimismo, China forma parte de los órganos de decisión y gobierno del mundo y, consecuentemente, es tan imperialista y tan responsable de lo que acontece como sus otros socios imperialistas.
China participa en el reparto del mundo, utilizando la exportación de capitales para obtener mayores plusvalías fruto de la especulación y la explotación, pero también para ejercer influencia política que le permita, además, saquear los recursos naturales del planeta, obtener apoyos para imponer sus intereses en las agrupaciones de países capitalistas, vital para su hegemonía. En este sentido China no duda en construir bloques y grupos capitalistas favorables a su objetivo, BRICS, Organización de Cooperación de Shanghái, ASEAN + 3 y la Asociación Económica Integral Regional, que serán las futuras asociaciones imperialistas que se repartirán el mundo cuando la suma de sus fuerzas desplace a la alianza de las potencias que hoy ejercen dicho gobierno.
Los oligarcas contribuyen de manera decisiva al desarrollo como potencias imperialistas de China y demás miembros del BRICS. Y contribuyen porque en China, y demás potencias emergentes, está su tabla de salvación para cuando las potencias imperialistas actuales pierdan su hegemonía. Con este relevo, la oligarquía financiera conseguirá aumentar sus márgenes de ganancia, pues el proletariado a nivel mundial se habrá empobrecido.
La única alternativa que tienen los pueblos trabajadores del mundo, el proletariado, es la revolución socialista para romper las cadenas de la explotación y de la miseria a la que nos conduce el imperialismo, sus potencias y sus monopolios. Todos los monopolios capitalistas de estado, incluido el chino, son enemigos jurados del proletariado mundial.
Camaradas, el imperialismo tiene un ámbito mundial. La contradicción fundamental en el mundo imperialista es la lucha entre el socialismo –aspiración máxima de las clases explotadas y desposeídas – y el imperialismo –aspiración máxima de los monopolios. De ello se deduce que es vital la unión de todas las fuerzas comunistas a nivel mundial, debiéndose conformar un Movimiento Comunista Internacional libre de las podredumbres ideológicas y prácticas del pasado, soldado en virtud del principio del Internacionalismo Proletario y la defensa del marxismo-leninismo.
Madrid, 18 de marzo de 2021
Secretaría de Relaciones Internacionales de Comité Central del Partido Comunista Obrero Español (P.C.O.E.)