Los últimos movimientos del ayuntamiento de Sevilla resuenan con rabia por los barrios obreros de la ciudad. El pasado 25 de febrero salió a la luz una noticia sobre la propuesta que José Luís Sanz, alcalde municipal, lanzó al gobierno de PSOE-SUMAR (concretamente al Ministerio de Hacienda) acerca de la privatización de la Plaza de España.
Bajo el pretexto del costoso precio que supone la preservación del patrimonio alega como necesario cercar el espacio público, cobrar la entrada por “3 o 4 euros” e incrementar la vigilancia 24 horas al día. A la clase trabajadora sevillana no nos sorprende lo más mínimo las pretensiones capitalistas de esta índole, pues tenemos un largo recorrido y experiencia en este sentido -con independencia del color que vista el gobierno de turno-.
La privatización es un hecho general que atraviesa todas las esferas sociales de la realidad sevillana. Esta misma situación acontece desde los espacios públicos hasta los centros médicos, pasando por la educación y siguiendo por todos aquellos lugares que los capitalistas han saqueado bajo la imposición de su sacrosanta ley natural: la propiedad privada. A su vez, la privatización de estos espacios conlleva el aumento del gasto público en blindar la seguridad de la zona, de la que sabemos, al menos, que responderá a los intereses de aquellas empresas privadas de seguridad, fortaleciendo no solo el capital privado sino los aparatos de represión de la burguesía. Todo esto en un marco general del incremento sustancial del presupuesto en defensa.
Somos conscientes de que este hecho, a pesar de haber sido denegado, es el preámbulo a la privatización total; es el preámbulo del fin de la desmercantilización parcial. Esto mismo entra en contradicción, mas el mismo capital ha asumido que será necesario más pronto que tarde alguna medida económica con el fin de paliar las carencias que los salarios dejan sobre la clase trabajadora, como es el SMI o IMV. Nuestro interés, el de la clase obrera, no pasa por reclamar o exigir -únicamente- el acceso público de los derechos básicos, sino la socialización de todas las esferas de la vida humana.
La complicidad del Estado con este tipo de medidas está absolutamente comprometida con la pequeña, mediana y gran burguesía, en claro detrimento de las condiciones de la mayoría social. Esto es palpable en tanto al uso privado del suelo público por los hosteleros, medida impuesta por la ordenanza municipal. La demanda de licencias para veladores exteriores se ha visto incrementada exponencialmente desde 2011, de tal manera que se duplicaron dichas licencias 5 años más tarde. Es de sobra conocido la cantidad de suelo de más que estas burguesías se apropian, muchas veces saltándose sus propias leyes, dejando en muchos casos las aceras completas, inundando los carriles bici con sus mesas o impidiendo el tránsito normal. En un momento de retroceso del pequeño capital, donde la proletarización de estas clases está a la orden del día, utilizan todos los métodos posibles para salvaguardar su posición de explotadores. No son solo sanguijuelas que parasitan físicamente la ciudad, sino que exprimen al máximo a sus trabajadores con unas tasas de explotación altísimas.
Por otro lado, nos encontramos ante el desolador panorama de la privatización de la enseñanza superior, donde las universidades privadas ganan cuotas de mercado año tras año mientras las públicas siguen en continuo retroceso. El grado de composición orgánica del capital distancia aún más las diferencias de clase, haciendo que la enseñanza sea cada vez un ámbito más restringido para quienes puedan costearla, para los hijos de la burguesía. Así mismo, el desdoblamiento de la juventud trabajadora vuelve a pronunciarse ante la necesidad de trabajar y estudiar simultáneamente, siendo estos trabajos mayoritariamente temporales y muy precarizados. Paralelamente a la enseñanza superior se encuentra el aumento sustancial de las Formaciones Profesionales de ámbito privado, con un coste de miles de euros por curso. Hay que añadir en este sentido la subida del ratio del alumnado en dicha enseñanza, además de la competencia que encarna la matriculación por la carencia de plazas. Una vez más, somos la clase trabajadora en su conjunto quienes pagamos el alto precio de los entresijos capitalistas, cuyo sistema no se aguanta si no es con el endurecimiento de la carestía de vida, la represión y la bajada continuada de los salarios.
El ayuntamiento de Sevilla sólo recuerda los espacios que tiene en propiedad una vez estos han sido expropiados por la clase obrera, como es el caso del CSOA Malatesta. Buscan cualquier excusa, da igual cual sea, con tal de conservar la propiedad y evitar la organización de clase que tanto temen, además del malestar que provoca a la burguesía especulativa de la vivienda la existencia de una oficina de okupación. Ante el problema de la vivienda nos vemos en una gran encrucijada: un derecho universal imprescindible para la vida es a la vez objeto de especulación. La casi nula regulación del precio del alquiler, sumado al incremento descontrolado de estancias turísticas con empresas como Airbnb, solo hacen subir el precio de la vivienda de tal manera que sea impagable para las familias más desfavorecidas de clase trabajadora. Respecto a ello cabe destacar el proceso de expulsión de la clase trabajadora del centro histórico de las ciudades en favor del turismo. Es el caso de la ciudad de Sevilla, mientras que en los últimos 20 años la población de la provincia ha aumentado en más de 174 mil personas, en la ciudad ha caído en casi 26 mil, impulsado por zonas céntricas como el Casco Antiguo, la Macarena o Triana. Esta es la consecuencia de la privatización de los centros históricos y culturales de las ciudades, transformándolas en auténticos parques temáticos, las cuales se convierten en una mercancía más con la que el capital busca aumentar sus ganancias.
En este sentido cabe mencionar la cada vez más tardía emancipación de la juventud, puesto que las condiciones de trabajo que tiene -como anteriormente mencionamos con la temporalidad y la precarización de los sueldos- hace imposible habitar una vivienda fuera de la casa de los progenitores. En el caso de poder hacerlo no es menos preocupante, puesto que gran parte del salario irá destinado sólo al pago del alquiler. Esto mismo, entre una multitud de cuestiones, explica que el deterioro de la salud mental de la juventud no solo tiene su origen en la lucha de clases, sino que encuentra su solución a través del fin de la misma.
La privatización de la salud se une al proceso de privatización general de la vida en Sevilla. Estas privatizaciones se ensañan con la parte más joven del proletariado, en este caso con los centros de pediatría. Más de 50.000 niños no son atendidos por sus pediatras en los centros de salud correspondientes y la directriz central de la colaboración público–privada en la sanidad solo refuerza las arcas de los capitalistas, una vez más, en perjuicio de la clase trabajadora. Los vecinos y vecinas de los barrios obreros y pueblos de la provincia se organizan para reclamar por vías legales los atropellos que sufrimos diariamente.
Lejos de confiar en la benevolencia de las instituciones públicas como herramientas que están al servicio de la mayoría, debemos considerar no sólo las limitaciones que suponen las reformas, sino el desgaste acumulado que implica para la militancia y el activismo el agotamiento de las vías legales, sobre todo viendo que nunca llegan a nada sustancialmente beneficioso para nuestra clase. Debemos llevar a cabo un análisis preciso de la situación en la que se encuentra el mundo para conocer qué estamos viviendo, qué nos espera y cómo podemos superar la realidad existente.
Ante una crisis general del sistema capitalista, donde la tasa de ganancia se encuentra bajo mínimos, debemos tener en cuenta la consideración de proclamas del retorno al Estado del Bienestar como una quimera, como un hecho que no depende de las voluntades populares ni institucionales. En un momento de ofensiva capitalista ante el retroceso del capital, la tendencia natural del sistema es la búsqueda del beneficio al coste que sea y esto concierne al recorte continuo de aquellos derechos que una vez se tuvieron. En otras palabras, la vuelta al Estado del Bienestar no puede realizarse porque las condiciones materiales de la economía mundial así lo determinan (debido al estado de crisis del capital) y no por la voluntad malévola de tal o cual figura. Los comunistas lo tenemos claro: es el momento del Socialismo.
El sistema capitalista no sólo ha demostrado su deterioro histórico, su incapacidad de reproducirse sin devastar sus dos fuentes principales de riqueza, las cuales son el ser humano y la naturaleza, como ya anticipó Marx; sino que ha demostrado que la clase obrera es más capaz que nunca -gracias al avance tecnológico- de organizar su propia vida. Si alguna vez tuvo alguna relevancia histórica la figura del capitalista en el trabajo, ésta ha quedado totalmente aniquilada por el avance de las fuerzas productivas. No obstante, pese a la tendencia de la pérdida de valor de las mercancías por el aumento del capital continuo en detrimento del variable, el sistema capitalista no caerá por sí mismo.
La historia nos muestra que es más necesario que nunca construir nuestras propias instituciones -al servicio de la mayoría obrera- y destruir el Estado burgués que nos reprime; la unificación de las luchas en torno al Frente Único del Pueblo y la toma del control económico y político para construir una nueva sociedad. A su vez, la unidad de la clase obrera sólo se construye si se constituye la unidad de los comunistas en torno al Partido Leninista de nuevo tipo, requisito sin el cual el comunismo seguirá residiendo en la marginalidad social. Sólo la revolución proletaria puede sentar las bases sobre las que construir un nuevo mundo.
¡POR LA SOCIALIZACIÓN DE LO PRIVATIZADO!
¡POR LA UNIDAD DE LAS LUCHAS CONTRA EL CAPITALISMO!
¡POR LA UNIDAD DE LOS COMUNISTAS!
Célula Iósif Stalin del PCOE