Nos encontramos diariamente rodeados por una lucha para dominar el mercado, caiga quien caiga. El capitalismo es explotación, competencia, individualismo y lo corroe todo. Por si fuera poco, este sistema nos arrastra cada vez más a la miseria con su destructiva dinámica, en la cual se sumergen muchos de los establecimientos a los que acudimos diariamente.
Hemos conocido este año que Plenoil, una empresa de estaciones de servicio automáticas, ha triplicado sus ingresos en 2022, llegando a facturar 970 millones de euros. Esto es una muestra de las gasolineras lowcost, pertenecientes a la Asociación de Estaciones de Servicio Automáticas (Aesae), que crecieron en un 49% desde la pandemia, según datos aportados por el Geoportal del Ministerio de Transición Ecológica. Además, estas marcas alternativas ya tienen casi tantos puntos de venta como las redes de las grandes petroleras.
Este tipo de estaciones de servicio se caracterizan por tener un mínimo de personal; a veces un trabajador por turno, o ninguno en ciertas horas, de manera que se produce una gran reducción de los costes respecto a otras marcas. ¿Por qué? Porque el producto final pierde valor, pues éste lo da el trabajo humano.
Además, con las gasolineras hemos podido comprobar el marcado carácter de clase del Estado fascista español, pues todas las empresas pertenecientes a Aesae se vieron beneficiadas en mayor o menor medida de las ayudas del Estado en forma de descuentos a los combustibles, lo cual no fue más que regar de dinero público a la empresa privada sin prácticamente supervisión.
Y decimos que la supervisión prácticamente no existe porque si observamos las investigaciones y denuncias de la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC), nos encontramos con que la Audiencia Nacional (AN) acaba por suspender o reducir las sanciones, demostrando que la judicatura mira única y exclusivamente por el burgués.
Vemos, pues, que la lucha de la burguesía por acaparar el mercado deriva en un mayor robo, esquivar la propia legalidad burguesa, la especulación, las acusaciones para destruir al adversario, el uso de la superestructura para quedar impunes y sobre todo despidiendo a miles de trabajadores y sustituyéndolos por sistemas informáticos que permiten repostar con una aplicación móvil. Si visitamos sus páginas web, vemos que persiguen la digitalización y automatización, la “transición energética”. Así tenemos el ejemplo de Cepsa, que ha contratado a 850 profesionales de la ingeniería y la informática para este propósito.
En los últimos años vemos cómo se materializa este deseo de la automatización en Shell, BP, Repsol o Cepsa, que han reducido sus plantillas en miles de trabajadores. Por supuesto, esta tendencia no es exclusiva de este sector, sino que el momento actual y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia obliga al Capital a sacrificar el capital variable: la clase trabajadora. Por citar otros ejemplos más explícitos, aunque fuera de las petroleras, en mayo conocíamos el anuncio de IBM de sustituir 8.000 puestos de trabajo por herramientas de inteligencia artificial, y British Telecom hacía lo mismo con 55.000 empleos, anunciando el reemplazo de 11.000 con tecnología.
Ante esta realidad, los medios de comunicación salen a maquillar el sistema capitalista que los financia. Podemos verlo en un artículo de El Mundo del mes de marzo de este año. En el titular se lee que España perderá 1,6 millones de empleos por los robots. Si seguimos leyendo, dice que se creará, en cambio, 2,2 millones de empleos en áreas como finanzas, medicina o derecho, y que según el estudio Impacto de la robótica y la automatización en la productividad y el empleo, todas las actividades en las que “no sea necesario pensar”, serán realizadas por máquinas. Siempre según “los cálculos del estudio” el balance será “positivo”, y todo dependerá del nivel de estudios del trabajador a la hora de ser sustituido; a mayor nivel educativo, menor probabilidad. En todo momento habla de un hipotético futuro que se estima que se hará “realidad”; sin hablar de la realidad presente, expresa más bien una esperanza que quiere transmitirse a los lectores.
Sin embargo, menciona un aspecto más oscuro: que no habrá suficientes trabajadores cualificados, y que no se sabe dónde reubicar a los no cualificados que pierden su trabajo, sobre todo con ciertas edades, siendo este último punto esencial para comprender que, en el capitalismo, la ciencia y la tecnología no están al servicio de la humanidad, sino de una minoría que se apropia de las riquezas.
Por tanto, queda claro que si se dejan fuera de la ecuación varios factores puede pintarse todo de color de rosa en un diagnóstico, pero siempre chocará con la realidad. Podemos verlo con los datos del empleo en España; se celebra una supuesta cifra de afiliados a la seguridad social, cuando en realidad el empleo temporal crece más que el indefinido, cada vez hay más trabajo a media jornada, contratos fijos discontinuos o por horas, aumentan los despidos en periodo de prueba y además hemos perdido poder adquisitivo. Imaginemos cómo evolucionará la situación a medida que aumente la automatización, y qué tipo de trabajo podrá encontrar quien logre que le contraten.
Hay una constante lucha por los recursos y por liderar la producción, y la inversión en máquinas tiene como objetivo reducir los costes relativos al trabajador; la idea es pagar menos fuerza de trabajo, bajar el precio de la mercancía y hacerla más asequible para concentrar la demanda, pero a medida que se profundiza en ello se va parando el corazón del sistema capitalista, que es la apropiación de la plusvalía que produce el obrero. Sin esto último no hay rentabilidad para el empresario, pues niega su razón de ser, y el desempleo deriva en menor capacidad para adquirir productos; esta dinámica lleva al colapso. Tampoco el Estado puede usarse eternamente para sanear. El capitalismo lo “soluciona” con fascismo, la más repugnante reacción que sale de las entrañas de los monopolios, y con la guerra, que es lo que observamos ahora mismo con el choque entre el imperialismo viejo que resiste y el nuevo que emerge.
La única solución real es la construcción del socialismo, pero esto no será posible sin la unión de la clase obrera, que debe servirse del marxismo-leninismo para su emancipación. Comienza por dar un paso y posicionarse en el lado de la lucha revolucionaria para hacer frente a la barbarie, al sistema de explotación que pudre todo lo que toca y que siempre encuentra nuevas formas de generar sufrimiento. Es hora de frenarlo.
¡SOCIALISMO O BARBARIE!
¡POR LA UNIÓN DE TODAS LAS LUCHAS EN UNA SOLA CONTRA EL CAPITALISMO!
Comisión de propaganda del CC del PCOE